Vesta - El origen de mis memorias



Yo soy Vesta.

Es una tarde lóbrega, de esas en donde el cielo pinta nubarrones en distintas tonalidades. Es un celaje denso, oscuro, con algunos destellos en maravillosos colores; verde intenso, amarillo, naranja, morado, rojo, todo esto dibujando arte en el espacio, formando ondas y rizos y algunas siluetas, que parecieran ser creadas de manera digital, como entonando una melódica sinfonía, que a través de sonidos, crea imágenes de dimensiones perfectas, aún mejores que aquellas creadas por nuestros antecesores, quienes artísticamente, con sus propias manos trazaban sus emociones en un pedazo de papel o tela. Son las auroras, que en esta época del año son constantes, anunciando con su suntuosidad la próxima nevada, o quizás no.

El clima aquí es extremoso, hay una sequía exagerada últimamente, la temperatura es fría, casi helada la mayor parte del tiempo, por otra parte hay días de peligroso calor... Pero llevamos meses sin sentir las gotas de lluvia, ni el frescor de la nieve. Quizás esto sea lo mejor; cuando llueve o nieva, lo hace por meses enteros y hay desastres abrumadores; así pasa en la actualidad cuando nos acecha algún fenómeno meteorológico, es por esto que vivimos gracias a esa capa artificial, la que le da al cielo tintes violáceos y que algunas veces resulta un escudo contra las inclemencias, permitiéndonos seguir existiendo en esta Era Boreal.

Si observo con mayor detenimiento, allá en el fondo, detrás de esa nube espesa, más lejos de la “homósfera” y lo que queda de las otras capas de la atmósfera terrestre, resplandece un halo de luz; por ahí, a pesar de que es amenazado por la capa de gas sombría, creada por las manos del Homo Excellentis (HE) sigue el Sol, nuestra gigante roja, que muestra con vanidad su poder, apartando al cielo encapotado, proclamándose con su enorme tamaño, colorado, intenso, que últimamente nos obliga a resguardarnos por días enteros en nuestras casas, huyendo del resplandor de su zona radiante, que traspasa la atmósfera y ha calcinado a algunos animales, arrasando con árboles y vegetación en general… Aunque las nubes intenten obstruir su paso, es inútil, nada lo detiene.

Intento perderme en esta visión del horizonte a través de mi ventana; es alucinante. Me embiste un dolor terrible de cabeza, siento que me estalla y quiero dejar de pensar; este paisaje sólo logra distraerme unos segundos. Llevo varios días en donde mi mente procesa numerosas imágenes, me pregunto si estoy delirando o es real.
Continuará...

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-¿Qué es esto? ¿Por qué? – pienso.

Estoy procesando eventos como los que a veces corren en el “campo de concentración ecléctico” y no he comprado ninguna “tarjeta video-evasiva”; siento a mi cerebro revolucionar golpeando las paredes de mi cráneo. Hay dolor. Pareciera que en todas esas proyecciones virtuales participo yo… Eso no es viable. Desesperada, aumentando mi frecuencia e intensidad respiratorias, me sofoco.

-¿Estaré volviéndome loca? Aquí no es posible tener memoria, ni siquiera sé hacerlo… - Estoy asustada, confundida, están prohibidos los sueños aquí, en la Tierra, en gran parte del universo en realidad…

- Ningún proceso mental puede ser involuntario, ningún proceso mental es involuntario – me repito una y otra vez. Me duele, no puedo pensar claramente, es inasequible.

-¿Qué me estará sucediendo? – dice mi mente aciaga y desconcertada. En todos esos instantes creados en la óptica de mi registro mental, pareciera materializarse mi cara; aparezco sonriente y mi alrededor es colorido, un poco pálido, la luz es casi blanca… Hay demasiados árboles, ahora sólo podemos observarlos en las cápsulas de oxígeno.

- ¿Cómo puedo estar yo ahí? – Anonadada suspiro.
En esa sucesión de ideas, pareciera que mis neuronas, aunque manipuladas, retuvieron situaciones pasadas y comencé a revivir sucesos y “homos” que me provocaron el llanto. Estoy entrando en pánico, mis pupilas están dilatadas ¡No puedo respirar!

- ¡Ayuuudaaa! – jadeante, sudando, intento gritar. Todo en vano, no hay nadie a mi alrededor, además de que mi llamada de auxilio vehemente, se extingue en esta sensación que me oprime el pecho y me provoca náuseas. Nos enseñan aquí en la Tierra, que la confusión solía ser una emoción que percibían mis antepasados, los homo sapiens, que los hacía débiles y llenos de frustración. Es sólo que yo no debería ser capaz de sentir esto.

¡Es espantoso!

Yo soy Vesta y así comienza mi historia.